jueves, 29 de octubre de 2009

En las calles negras del ciprés, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


La noche era de agua y sombras,
posando el aire en mis labios
la tibieza de querer vivir
y los nombres perdidos.

Desarmados como puzzles carcomidos
y sin más timbrada voz
que un cierre de candados,
la mirada de todos los pasados
era su compañía de exilios,
para renacer tan sólo ojos
donde vivir nada vivía.

Me acunaba una anciana
perdida en las calles negras,

abrazaba yo a un hombre
perdido en las calles negras,

tomaba mi mano un joven
también perdido en las calles negras.

¿Y dónde queda la sombra
del que muere a ciegas sin amor
y sin camino?,
preguntaba en sus calabozos la noche
en las ramas de los cipreses
y el sueño de las piedras frescas.

Pero ninguna mano sujetó la razón
del suspiro ínfimo.
Toda idea o palabra se dispersaba
como las bandadas de aves blancas
de todas las calles negras.

Como el agua entre los dedos
se escurría un súbito eco
de los ahogados desnudos
y su dañada belleza.

La luna removía las aguas turbias.

Sálvame del olvido.
Acógeme en tu recuerdo.
Di mi nombre de nuevo.
Abrázame soy un niño.

Y en ese instante me alejé
de la noche de agua y sombras,
dejando tras de mí las voces
de los silencios más antiguos
y la piedad de las ausencias,
con sus alas de ciprés
y sus calles negras.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Desde los tiempos fue la lluvia, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Desde los tiempos fue la lluvia,
cuando los aguaceros terribles cayeron
de la paz insomne y la armonía muda.
Todo quedó en calma y sangre
y así como en pantano negro
sonaron palabras vanas
sin amor y sin lamentos,
sólo las gotas se oyeron.
Naufragaron los pensamientos
desgastados por las veredas del llanto
cuando yo vendía mi alma
por olvidar el agua caer y caer
contra el suelo y frente al hielo.
Las sombras blancas del miedo
que jamás abonaran desiertos
segadas fueron cayendo
y nadie -ni siquiera yo-
las recogía para mi consuelo.

Desde antes de los tiempos fue la lluvia,
noviembre la trajo siempre a mi lecho,
y en los atardeceres que son noche
y mares entre recuerdos,
regresa el desamor y los sosiegos
que ya no duelen porque están quietos.

¿Adónde se fue el amor y su destierro?

Noviembre se llevó el dolor
y el amor que inundó mis horas
desde antes de los tiempos.

Llovía y llovía.
Sin yo saberlo.

domingo, 18 de octubre de 2009

El pan de cada día, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Esperando en la acera
a veces pasa, que vienes,
con tu juventud perdida y asomas
tras de mi aparente valentía,

y me dices en las bocas
de aquellos que aún dormitan,

Hermana, yo estuve,
Hermana, yo fui,
Hermana, te acuerdas...

En ellos veo tu recuerdo
de niño huyendo y escondido,

llevan tu trozo de vida
en la limosna de sí mismos,

en mi agenda laboral no escribo
más que sendas y horarios,

pero me acompañas en los dedos
por cada voz que no cesa,

-Dame un euro-
-Dame para el bus-
-Tengo que hacer una llamada-

¿Acaso no es vida
lo que buscan a gritos?

El pan de cada día
nos libre de andar perdidos,

sin la mano que nos guíe,
sin una sombra que alivie,

en la acera los veo pasar
y vuelves hermano tan vivo,

alguna vez fueron niños,
muchachos alegres y sencillos,

teniendo la potestad al servicio
del tizón que dibuja olvidos
pero alguien recordó el camino,

-Amiga- me dicen los desconocidos,
-Señora- cuando saben que algo llevo,
-Oye tú- esos nuevos,

y en cada acento yo te veo
tan lejos de lo cierto y quieto.

Arriman su bolsa del tendero
como guarda tesoro viejo el joyero,

y con el mendrugo tierno
se comen su soledad sabiendo
que todo queda en deseo.

El pan de cada día
nos libre de no sentirlos.

A veces pasa, que vienes,
y vuelves a ser ellos,

te traen a casa y te dejan
en la alacena de la vida,

donde hay más que pan de cada día,
también hay letras, sonrisas, penas,

pasas el día con tu hermana,

entre los libros, mensajes, fotos de familia,

y dejas las calles
para descansar de los rostros
que tanto necesitan
un poco más, ay, un poco más,
que el pan de cada día.

De la obra de la autora, “Reverso Calamitas”.

domingo, 11 de octubre de 2009

Mientras Copérnico trazaba líneas, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Fue extraño mientras duraron los días,
que su beso raptara tus miedos
que tu silencio desvaneció sus gritos,
quitarse de en medio del caos humano
fue extraño mientras Copérnico trazaba líneas,
e ignorando eso del mundo en movimiento
quedó el resumen de un espacio
y un brasero para el crudo invierno,
que nada se detenga y se concrete
exhaustivamente la vida a secas
fue sencillo mientras las albas bendecían
que dos se amen hasta las uñas,
luego cogiste tu aligerada mochila
de sueños concretos con su fuerza
y ella quedó en el lugar testigo
del milagro en las tinieblas del beso
esperando marzo por esperarlo.
Y partiste tan calmado
y llegaste tan distinto soldado
con tu uniforme de piel amada
y tu olor de jazmín de enero
a las tierras frías del miedo,
que todos se preocuparon por tu vida
y en las urgencias de los cambios
diagnosticaron enfermedad de algo raro,
el mal de las paces repentinas,
analizaron tus palabras nuevas
inspeccionaban tus imparables sonrisas,
más sano parecías en tu regreso de heridas,
hasta que hallaron un motivo
la causa de tu alegría ofensiva,
evaluaron bacterias nuevas para sanar tu risa,
descartando que era amor la causa
de tu reencarnación imprevista
y las alarmas padecieron ansiedad y prisa.
Y ahora mueres con el beneplácito
de la costumbre antigua y clásica
atrincherado en paredes que son tristes
como antes de los extraños días,
soñando que entre las armas y la muerte
aparece alguna vez a recordarte
un despertar de caricias tibias,
aun sabiendo que a millones de sílabas
y de tanques y de locuras explosivas
muere sin tus abrazos una hoja de oliva
en campos que ya no existen
porque el sembrado fue a escondidas,
mientras sube las persianas
y entran los suspiros de las golondrinas
y Copérnico tenía razón
hasta en sus líneas más torcidas.

De la obra de la autora, "Cuaderno de una poeta obrera”.

sábado, 3 de octubre de 2009

Sombra quebrada, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Sé que puedo quererte menos.
Recoger tu sombra ida
y enterrarla en mi desierto.
Que la asalten lagartijas,
zorros, águilas;
que al pasar la rocen
vencejos viejos entregados al camino
con los ojos cerrados,
caídos, abiertos.

Quererte menos viendo las nubes
gris cemento seco echado a los besos,
los cielos plateados, naranjas las sendas
de aviones quietos,
muertos los rugidos de la razón.

Si me propongo en serio
serme sincera de una vez,
la vez que siempre dejo
para un después que temo,
y echarte al mar la sombra
que me persigue en el aliento,
llamándote a escondidas,
callando que no quiero...

Quererte menos,
echar por los suelos
ese juramento ateo
de ser amantes siempre,
jamás intuidos a fuego
dos árboles que se arriman,
en la noche buscan hueco
donde borrar los sentidos,
a brochazos decidir
ese querernos menos.

Ay, qué amor amargo
por sincero me taló mujer,
ave de recuerdo, acera sin paseo
en este silencio de cuerpo,
donde el pensamiento dicta
qué será de mí,
sino quebrada sombra tuya
cuando emprenda decidida
ese quererte menos.

Del “Cuaderno de Marta Antonia”, “Cuadernos de Penélope”.