domingo, 2 de junio de 2013

En el amor de imprecisos, poema de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Soy tu error más solemne
la anaconda que envuelve
tus sueños atrapados
mientras intentas dormir
acurrucado en la cadena
soy el error que amaste
la luz equivocada que necesitas
soy tu negación monótona
cuando escuchas los relojes
las madrugadas de tus noches
soy lo que no puedes evitar
la ausencia de tus pulsos
y las grietas de tus labios
que ya no besan
tu error continuado
la línea de tu piel
soy tu contradicción
la expulsada de tu interés euribor
el error que temes encontrar
por todas las calles de la ciudad
soy tu poema en viejos libros
la pluma que acaricia tus pestañas
soy el desacierto que buscas
la mentira con la que convives
en tu aislamiento de verdades
el aroma que ya no tienes
soy la equivocación
la forma de una mentira
que examinas para seguir
la vida pendiente que rechazas
soy el desencuentro que olfateas
con necesidad de inspirarlo
la causante de tus piedras
y el ahogo de mil lagunas
soy el descuido nervioso
de tu inyección letal
la sombra hecha cuerpo
incapaz de morirse
la brisa de los agostos
soy el pecado mortal
de tu desaliño
el error enorme que palpita
también soy cuanto imaginas
por lo tanto eres mi traspié
el barranco solitario
por donde caí
la culpa de mis aciertos
un lapsus que me persigue
el desaguisado que me despierta
eres mi privación de amor
el gazapo sorprendente
mi desliz de todo verso
el defecto completo
que elijo en el resbalón
es imposible digamos
que dos errores se complementen
pero en el amor de imprecisos
entre millones de sentidos
elegimos disparates
que nos dan la vida.


sábado, 16 de marzo de 2013

Tres monedas y un gusano, relato de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz



¿Qué hace una persona sola en pie, en medio de un espacio tenue y con las manos pegadas al cuerpo? Sintiendo la tarde. Las tardes no son sólo un tiempo; se diría que también son un espacio que nos detiene para una finalidad. Ella está de pie, paralizada por la tarde. Qué hace ahí, en ese espacio ajeno que sin embargo muestra algunos de sus enseres en un mobiliario desconocido. Hay un ventanal que asoma la agonía del sol de la tarde y ella sigue en pie, se diría que toma la luz que se duerme. Ve jardines, ramas, troncos de árboles, hojas; están en la tarde. Observa el mobiliario, y nada le recuerda. ¿De quién es esa casa? De la tarde. A la izquierda hay un pasillo. Los espacios también llaman a las personas, excluyendo los nombres y cuanto posean. Los espacios donde lo material no importa, comparados con la luz. Un pasillo en el que asoma también la tarde en un ventanal y ve unas puertas, una de ellas entreabierta. Es una habitación oscura, donde la luz tímida que muere quiere vivir por la ventana. Hay una cama habitada, porque las camas también se habitan incluso cuando están vacías. Ella va sin conocer el tiempo, porque el tiempo es un desconocido que no entiende de sí mismo. Ese cuerpo se vislumbra bajo un ropaje. ¿Qué hace una persona durmiendo en nuestro espacio sin nuestro conocimiento? Ella descubre el cuerpo, que no duerme. Está envuelto en una cápsula de harapos, con la cara cérea y los ojos ausentes hacia su pecho. Es un gusano con cara de hombre. Sabe de quién se trata. Pero no comprende por qué está en su espacio. Tal vez muriendo antes de que la tarde se abandone al sueño y sin embargo muerto antes que todas las tardes. Lo deja descubierto; ningún muerto necesita que lo proteja nada. Sale de la estancia y ve sus ropas, un pantalón y una camisa de hombre. Registra sus bolsillos. Una cartera. No le interesa y la tira al suelo. Tres monedas de cinco céntimos. Se las guarda en su mano. Vuelve al primer espacio con las monedas entre su puño, donde prosigue hacia el sueño la tarde. Para qué necesita tres monedas de poco valor una persona que tiene de todo cuanto sus ojos descartan o necesitan, incluidos los sueños que concede a los derribados con su generosidad el tiempo. Por qué robarle a un muerto, a pesar de que la muerte no necesita sino el cuerpo que devora. Las tres monedas son un tesoro que el muerto hacía sonar en su bolsillo, el botín que robó a otros y mostraba ante todas las riquezas; las tres piezas con sonido agonizante en los pasos donde anunciaba que sólo él tenía la propiedad de esa riqueza. Tres compases de un tiempo desafinado, golpeándose una con otra en su bolsillo. Una igualdad que debe ser protegida ahora, el origen corpóreo que libera el gusano que ya es carne de tiempo. Adónde van los muertos por cuya maldad suenan a calderilla las vidas quebradas. A una cama de quien no le importas para la vida.  La tarde prosigue su dormitar imparable. Y las hojas, y las ramas, y los troncos de los árboles del jardín duermen con la tarde concentrados en una mano, y esperan la noche, que tranquiliza su sed de vida.


sábado, 9 de febrero de 2013

Quietud, poema de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz



Si en la quietud del granado
con el ave en su rama
la vida desnuda se posara
indicando los segundos antes de volar
pero el tiempo se bebe apresurado
el cielo de la tarde
¿todo el cielo?
no cabe no es cierto
el cielo de todos los vuelos
no se sabe
puede llenar las alas de los jilgueros
y un acorde nos lanza en aquel beso
disculpe caballero se recuerda usted
no señora yo desconozco el tiempo
¿es verdad que una sílaba
queda para siempre en el pecho?
la verdad no se sabe
¿ve usted ese humo de leña?
así es mi amor que pienso
en verano las eras
de invierno los vahos
una mano dibujada es el aire
y caracolas de sonrisa los dedos
forman la figura de lo eterno
el amor no se desmenuza
o muere todo o agoniza siempre
el ave observa las nubes
y yo miro al ave se diría que lo retrato
todos los aires nos envuelven
para llevarnos equidistantes
todas las aves no vuelan
algunas quisieran porque sueñan
y malviven de las alas que quiebran
las contraposiciones dicen que las aves rotas
se alimentan de inocencias
¿usted merece un amor miserable?
yo dejo que el aire responda
es decir el silencio suelta mis cuerdas
unas sílabas imperfectas y serenas
vuelan en la alegría que no muere
el ave que estuvo quieta
no fue nunca presa
usted la miró pensando que su voluntad
la conservaba en la rama del granado
¿el amor es una rama o la mueve?
el amor no se sabe.