sábado, 25 de julio de 2009

Pulsera de estrellas, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Vosotros le recordáis
que está muerta.

Era el mes de julio,
y una extraña nube
sobre tejado hundido
se abrió en aguaceros.

Ella ardiendo de vida,
y de vida quería su tiempo
sintiendo los sentidos.

Obrera de vosotros,
esclava reina de panal podrido
y miel amarga, queríais su muerte
para complaceros.

Os amamantaba
hasta sangrar los versos,
su alma agotada de recuerdos.
De sus pechos fluían besos
por un cuerpo que la amaba.

Era el mes de julio,
y la nube dirigió
cuanto de vida coloreaba,
partiendo hacia más nubes
sus latentes pisadas.

Una de las nubes
tierra fértil anunciaba:
la nube del Futuro,
fecundada de alegrías.
Simiente dulce y tierna
la nube de la Ilusión,
y la del Agua le abrió
pizarras húmedas
y canales por las venas.

Nieblas de humo,
tejedoras de sudario
otras nubes vinieron,
en cielos huecos del mundo.

Porque vosotros le recordáis
que está muerta.

Era el mes de julio,
el mismo en que naciera.
Antes de vosotros,
su vida partió de espigas
y jornaleros cuyos labios sujetaban
colillas apagadas de tabaco molido.

El mes de julio que segara sueños
a su padre dolorido en las eras,
con mujeres y hombres
que valían menos que bestias.

Vosotros le recordáis
que está muerta.
Al anochecer,
en su puerta publicáis
la esquela a tinta negra:
“No existe ella”.

Y en la madrugada,
nubes que de niña registrara
por su ventana se cuelan,
rescatándola de la pena
en balanceos de ayer
que al mañana despiertan,
ordenándole vivir, vivir siempre,
nunca muerta.
Las nubes de las Letras.

Saberse mujer que espera
y sueña.
Madre,
amante,
poeta,
obrera...,
o cuanto quiera ser
que no cumpliera.

Era el mes de julio.
Y al caer la tapadera
del ataúd que la lleva
echando la llave a la tierra,
vosotros dijísteis:
“Ahora sí estás muerta”.

Mas una pulsera de estrellas
venidas de la sierra,
giraba en su alma
de niña poeta.
Bailarina del agua.
Cometa de la pobreza.

Y no hubo más palabras,
sino que era el mes de julio
y no quiso morir,
por no hacer desprecio
a tan delicado regalo,
de su Nube Niñera.

Era el mes cualquiera,
cuando un jornalero
segando en la era, le dijo:
“Cuida tu letra, niña de nubes,
que tu padre la lea”.


Del libro de poemas “Cuaderno de Marta Antonia”, “Cuadernos de Penélope”.

sábado, 18 de julio de 2009

Aquello tan fugaz en una estrella, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Anoche pasó una gran estrella
sobre la plaza de Colón.

El agua quedó parada.
Los pájaros enmudecieron.

María quiso hijos
y educaba a su perrita tiernamente.
Julia pidió una casa
que tuviese alguien que le cocine
sus platos más extravagantes.
Rafael midió a qué altura
dialogan las luces relucientes
y fotografió el rostro del cielo
dejado por la estrella de los océanos.
El mendigo conocido
reclamaba su euro como siempre,
y la mayoría dudábamos
si esa estrella no era
algún avión y su accidente.

Los más soñadores quisimos
que vuelva aquello tan fugaz
que ya no vuelve:
que nuestra madre nos dé la mano
para medir los dedos,
que los abuelos nos cuenten
con su pañuelo húmedo
el día en que nacimos de un vientre.

Ninguna estrella puede
regresarnos a lo más amado,
y a pesar de todo somos
lo que luce el aire:
Amor, jazmín, amistad, un beso...
Y el recuerdo parte en dos el presente.

Anoche pasó que todos
nos quisimos ir a casa
con la fe puesta en una estrella
que en la plaza de Colón
nos dejó muy lejos.

lunes, 13 de julio de 2009

El sueño vuela, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Dame, paloma un sueño.
Que la tarde se aposente
tomando cuerpos.
Nos unirá el amor,
tan certero vuelo.

De la obra de la autora, “Recuerdos y otros inventos”.

miércoles, 8 de julio de 2009

Yo y mis cosas..., de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Yo y mis cosas,
me advirtió.

Y sus cosas qué importaban,
si era cuanto yo quería.

Su risa, su tristeza,
su pelo, su religión,
su ateísmo, su calvicie,
su salud, sus ideas,
su enfermedad, su indiferencia...

Ay, qué suerte ese etcétera
que con él apareciera:
la simbiosis, el parasitismo,
los paseos, los encierros
contando estrellas,
o cuanto quisiera
de esta mujer a su espera.

Pero sus cosas
eran su automóvil,
sus trapos con etiqueta,
sus casas y cartera,
sus hipotecas de vida,
y hasta su perra
con pedrigrí era él
para su pre-entrega.

Cuando entró a mi casa,
comparó qué era él,
qué yo era.

Se sentó en el sillón
-precisamente el que estaba roto,
era el único que había-,
y el asa de la taza se despegó,
al calor de un hirviente café.

Yo me reía con él.
Y él lloraba conmigo.

Para él, también yo era
yo y mis cosas,
incluida mi gata de yeso,
con los ojos de canicas verde y azul,
y me dijo adiós por las buenas,
ni siquiera un hasta luego,
nos vemos.

Qué podía hacer yo,
si no tengo más que letras
que necesitan de papel,
anticipado por colegas y poetas
-pero son muy buenos,
ni me lo apuntan, al menos-.

Cuando devuelva mi préstamo
de dinas cuatro y bolígrafos,
le enviaré este poema.

Por si acaso ahora
sólo se tiene a él,
y mi gata lo aprueba
-lo arañó saliendo por la puerta-.



Del “Cuaderno de Marta Antonia”, “Cuadernos de Penélope”.