viernes, 28 de mayo de 2010

Muerte súbita bajo el paraguas, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Cortando mayo en la lluvia
camina sobre la acera
el ruido es más que agua pesada,

nadie sabe qué es el corazón sin tiempo
pero ella entiende cómo se mueve
igual que una balanza de almendras,

se moja los zapatos, la ropa, documentos,
esquiva personas como enemigos,

al fondo quisiera ver sus ojos
convertidos en pétalos de cerezo,
pero a los lejos está la fuente
con su pétreo minero al cielo,

el paraguas es un edificio endeble
que tan sólo le protege el pelo,

y llega a la puerta azul
invadida de números sin remedio
y al instante que no es tiempo
todo el pasado más estrecho
le aprieta el pecho y el sueño,

ella está inmóvil de presente
las luces giran
como sonido de polillas frías,

y alguien que le resulta ajeno
muere con el pulso
como un cromo de juego,

sabe que llegó el día, año, momento,
el pensamiento exacto de aquel futuro
en que sabía que sin sus besos
para nada sirve que llueva.

sábado, 22 de mayo de 2010

Del revés soy poeta, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Puede que piense al revés,
que cada paso al revés
me lleve a versos,
que al revés actúe
por los caminos derechos
socialmente indicados
a deber,
y que al revés responda
cada vez que del revés
pienso
cómo actuar bien.

Que me levante
con el pie izquierdo
tras las noches
de sueños del revés,
me mire
un mal de ojo
que observo ciego,
crezcan los enanos
que sembré al revés
y que el revés sea
quien yo me siento ser.

Al revés escribo
en papel adverso.
Del revés confío
en las sílabas
que leo del revés,
al revés naciera poeta
y al revés creciera
en un mundo
que al revés entiendo
mejor que del derecho
consiga entender.

Del revés amo
a quien no debiera,
adecuadamente
soy amada
y se tornan del revés
las esperanzas
que no comprendo
sino del revés.

Son del revés
mis proyectos
más aconsejables,
y cuanto del revés creo
en templos al revés,
rezo del revés
oraciones
por sortilegios.

La arena llega
a los barcos,
y nadan estrellas
al cielo mirando
un gentío
que intenta del revés
llenar vacíos
pensados al revés.

Es el trece primero de mes,
y martes día de descanso,
me embarco y del revés
naufrago
con una bandera de letras
que del revés cosida
en domingo elaboré.

Un revés y otro
recibe mis ilusiones,
y del revés de la tierra
me abrazan raíces
hacia nubes
que no se dejan
vencer,
porque piensan
del revés.

Y a veces,
sólo a veces,
oigo las voces
de los correctos:
-Anda, poeta,
diles a tus nubes
que llueva-.

Y del revés truenan
poemas
que nacer quisieran
nacer,
siempre al revés.

Y llueve.
No se sabe por qué.
Del revés.

sábado, 15 de mayo de 2010

Velo de sirena, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Cuando de nuevo muera,
no enterradme en la tierra.

Recoged mi cansado cuerpo,
mis pensamientos viejos
y lanzadme, despacio,
a las aguas de acequias,
mares o riachuelos.

Quiero morir pausadamente,
burbuja límpida de recuerdos;
a buceo de onda dormida
encontrar otra orilla,
quedarme tranquilamente,
ser vigía de mi espectro.

Faro cubierto,
o callada campana de iglesia,
barcaza hundida
y borrado nombre,
sin puerto.

Sirena ser ante la muerte,
de aguas quiero mi velo.

Alimento de nadie,
deshacerme en algas,
un sudario de verde intenso
y corrientes
que a libertad naveguen
hacia fuentes,
pantanos, glaciares,
lluvias de nieblas...

Muerte solamente.

El agua me abrirá
sus brazos de misterio;
sentiré que al fin vivo
mi muerte,
y me adormece un sentimiento
de regreso a un lecho
inundado de materia simple
y cieno,
sangre, turbio sudor
y besos.

Regresar al agua quiero;
beberme,
a sorbo de silencio,
aquellos suspiros nuevos
que no bauticen ideas,
documentos yertos,
papeles quemados
por sílabas de vientos.

No enterradme en la tierra.

Suplico,
a mis pobres herederos,
en las aguas ser
sirena muerta,
liberada de anclas y arados
que me apresen en tierra.

viernes, 7 de mayo de 2010

Clave para Penélope, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Pasea por los acantilados,
uno, y otro día,
recolectando plumas voladas
de aves renacidas,
besos que lanzaran ecos
en los horizontes
de una partida.

Es cálido el viento
en la búsqueda de alguien
que el corazón fecunde
en las noches de Singapur.

Penélope busca a su hombre,
y descubrir en sus labios
la clave única
del amor que identifica.

No descarta figura alguna
que a lo lejos
la soledad a sus ojos
revele humana.

-¡Ulises!-,
grita su corazón
de mujer enamorada-.
¡Amor de mi piel y lunas!
¡Por fin te liberaron mis noches
y mi dudas!

Sonríe la llegada del futuro esperado,
su respirar y las palabras pronunciadas
llevadas son
por las firmes azadas del viento.

-¡Ulises, mi amor!
¡Las olas escucharon
tus razones y mi voz!

El hombre se aproxima,
piedras son la arena,
incesantes en la vereda del deseo
por tocar su cuerpo.

-¡Ulises, mi amor!
¡Mi hombre regresó!

Ante él.
Junto a su hombre.
Penélope ya no rezará
a la diosa del consuelo
y las esencias.

Los dioses de los placeres
la recordaron
en su lista de desamores
y tardías esperas.

Observa su boca estropeada,
la piel de sus arrugas
y su pelo cano de hombre.
Plantado el camino del tiempo
le abre su mirada antigua.

-¡Hola, mujer!...- le expresa
en palabras nuevas.

Tiene rasgos de Ulises.
Debe ser él.

Esa mirada de contenidos vuelos,
su cuello túnel de pasión
a las yemas de sus dedos...

Su mente dice sí, tal vez.

El recuerdo elabora confusiones,
ensoñación en las orillas,
calas y espumas en sus pechos.

Alejados los adioses,
el hombre tiende sus manos:
-¿Aún me quieres?

Penélope retrocede.
Se aleja.

Ese náufrago
no es Ulises,
sino uno de tantos cosarios
que en las playas desiertas,
se distingan de gaviotas
y de los barcos sin nombre.

De ser su hombre,
su corazón expresaría como hálito
la respuesta para Penélope.

Y paseando por entre las olas,
una simple mujer
dibuja con su pie izquierdo
los labios de un amor sincero.

El agua lo borra una y otra vez,
dejando tan sólo la clave
que el mar reconoce
para la boca de Ulises:
“Aún te quiero”...

sábado, 1 de mayo de 2010

Uno de Mayo, Día del Trabajo. Fotografía de Rafael Cruz.


“La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario, el obrero asalariado, vende al capital. ¿Para qué la vende? Para vivir.
Ahora bien, la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital tiene que venderla a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, que su actividad vital no es más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que ha adjudicado a un tercero. Por eso el producto de su actividad no es tampoco el fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para sí mismo no es la seda que teje ni el oro que extrae de la mina, ni el palacio que edifica. Lo que produce para sí mismo es el salario; y la seda, el oro y el palacio se reducen para él a una determinada cantidad de medios de vida, si acaso a una chaqueta de algodón, unas monedas de cobre y un cuarto en un sótano. Y para el obrero que teje, hila, taladra, tornea, construye, cava, machaca piedras, carga, etc., por espacio de doce horas al día, ¿son estas doce horas de tejer, hilar, taladrar, tornear, construir, cavar y machacar piedras la manifestación de su vida, su vida misma? Al contrario.
Para él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama. Las doce horas de trabajo no tienen para él sentido alguno en cuanto a tejer, hilar, taladrar, etc., sino solamente como medio para ganar el dinero que le permite sentarse a la mesa o en el banco de la taberna y meterse en la cama. Si el gusano de seda hilase para ganarse el sustento como oruga, sería el auténtico obrero asalariado. La fuerza de trabajo no ha sido siempre una mercancía. El trabajo no ha sido siempre trabajo asalariado, es decir, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de trabajo, a su dueño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercancía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya. El siervo de la gleba sólo vende una parte de su fuerza de trabajo. No es él quien obtiene un salario del propietario del suelo; por el contrario, es éste, el propietario del suelo, quien percibe de él un tributo. El siervo de la gleba es un atributo del suelo y rinde frutos al dueño de éste.
En cambio, el obrero libre se vende él mismo, y, además, se vende en parte. Subasta 8, 10, 12, 15 horas de su vida, día tras día, entregándolas al mejor postor, al propietario de las materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida; es decir, al capitalista.
El obrero no pertenece a ningún propietario ni está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15 horas de su vida cotidiana pertenecen a quien se las compra. El obrero, en cuanto quiera, puede dejar al capitalista a quien se ha alquilado, y el capitalista le despide cuando se le antoja, cuando ya no le saca provecho alguno o no le saca el provecho que había calculado. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es la venta de su fuerza de trabajo, no puede desprenderse de toda la clase de los compradores, es decir, de la clase de los capitalistas, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto, y es incumbencia suya encontrar quien le quiera, es decir, encontrar dentro de esta clase capitalista un comprador”.

“Trabajo asalariado y capital” (fragmento).
Karl Marx.