sábado, 28 de noviembre de 2009

Te he visto pasar..., de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

Te he visto pasar…

… Pasar por tres segundos.

Un segundo eras tú.

Dos segundos y era yo.

Tres segundos
y no éramos nada,
sino tres segundos.

Del libro de poemas de la autora, “Días en Singapur”.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Viaje nocturno, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Si tú me esperases al final
de este viaje nocturno…
Si al quedar quietos estos vaivenes
de comida ensamblada,
hierro, luz, ruido,
ánimas mirando qué noche avanza
abocada al desnudo de olivos…

Si supiera, amor de mis adentros,
que al caer mi maleta
en este andén vencido de llamarte,
y a recogerme en pedazos
mi corazón convertido
en inservible calendario,
asomes con tu pelo trigo
para llenarnos la sonrisa
que ayer formamos…

Y esas manos tuyas
encallecidas de miedos
liberasen la contraseña de ayer,
y dijéramos “qué tal el viaje”,
sabiendo que las luces tenues
no son estrellas caídas,
sino noche que termina,
relojes en la meta,
y fin de un trayecto
que aplazado espera…

viernes, 13 de noviembre de 2009

sábado, 7 de noviembre de 2009

Canción diurna para quien no duerme, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz

En los cantos de las mañanas

los hombres persiguen avaricias.

Como los vuelos de gaviotas

sobre los edificios acechan.

Buscan oro, tierras, monedas,

amor, penas, troncos de miserias...

A diario observo que jamás cesan,

su límite se expande

al compás de su riqueza,

y dicen tonta a quien piensa,

y raro a quien no duerma.

Los escucho hablar, mentir,

parpadear y amasar tronos de arena,

donde sentarse a juzgar

el vuelo de sirenas migratorias

de mar a tierra,

las letras de cambio,

el esfuerzo de romper

los pecados menores,

agrandando los bárbaros.

Son cantos que ensordecen

letanías sinceras

-quiero un amor que muerda,

rompa, vuele,

bese mis labios de piedra-.

Y en la noche

me aturden sus quejas,

ellos duermen

la espera del amanecer,

indican ninguna senda nueva,

sólo la luna familiar

iluminando cualquier ventana

los observa.

Duermo despierta.

Y con los ojos abiertos

formo sueños,

alternativas, recuerdos,

fantasías a tinta que expresen

mis manos caídas

de tanta y tanta guerra.

No son nadie los soldados

que no duermen.

Perseguidos por canciones diurnas

se acobardan al frente

de la vida,

las campanadas a ninguna misa,

andar por fracasadas cimas,

bebiendo en vasos vacíos,

o flores marchitas comiendo

en papel de cenizas...

Que te ofendan las melodías

que digan siempre

la medida perfecta

de la espiga que dé pan,

o herida

-insisten sobre las almohadas,

bajo las camas se ocultan de día

y surgen a oscuras,

vigías de una misma guía-.

Quisiera,

si me ampara aún

el hechizo de querer,

quisiera dormir dormida,

visitar al sueño que nada diga,

donde me adentre la pereza,

cualquier defecto que hubiera

se apoderase de mi senda

a letras de nanas

sin estrellas muertas.

Y sentirme nacer, morir,

nada, a fin de cuentas,

que ningún reloj determinara

por encima de estar viva.

Del “Cuaderno de Marta Antonia”. “Cuadernos de Penélope”.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Hízara, dónde tu nombre, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Esta mañana, mientras dormía,
un grupo de sirenas
abrieron paso a la nave.

Henchidos de emoción los hombres
su rumbo siguieron
hasta que arribado hemos
a un lugar desconocido.

Perdidos. Encontradas ellas.

A pesar de mis advertencias,
los cantos de sirenas aturden
y convencen al más valiente.

A cubierto de voraces gaviotas
y alcatraces sus armas han usado
para huír del lugar.

Desperté en un flotar de pájaros,
plumas abatidas. Sangre y mar.

Gemían las sirenas, reclamo de monedas.
Placer y tormento.

Alejados a toda máquina,
el horizonte mostraba un cartel
en los idiomas usuales del mar:
“Club para navegantes.
Se admiten tarjetas de crédito”.

El mar de entonces,
de las grandes odas de poetas
y prosas de misterio, dirigido es
por contables de gotas corporales.
Secuestran sirenas que a comisión explotan
amarradas a drogas y documentaciones legales.

A salvo, la bronca, ha sido en serio:
¡En el próximo atisbamiento,
no actuéis como animales de tierra!
¡Avisadme!
Tal vez encontrar pueda
entre ellas, a alguien que ya olvidé.
Tiene viva mirada, y blanca cola
de novia, timón a mi espera.

Ellos dijeron:
-Sabemos de quién hablas.
Por las noches, entre sueños, la llamas.
Dices, sudoroso y trémulo:
“Hízara, Hízara...”.
Pero no estaba en el grupo.
Todas reían soeces palabras.
Ella, llorado habría al ver
semejante vulgaridad.
Nuestra vida daríamos porque despierto
hablases con ella y la desposases
sin más trámites que vuestra llamada.
El poeta haría de padrino-.
Dijo éste:
-Bueno, no tengo autoridad-.
Ellos respondieron: Tú te callas.

Su voces me recordaron
el nombre de esa sirena.

Qué será de ella, cuando no vive
en mis errantes sueños de hortelano y pesca.

“Hízara”..., repetían los hombres.

Un nombre ahogado en el aire
que ellos me traían resucitado.
Boca a boca.
Labio a labio...
“Hízara”...

Fue una suerte contar
con una tripulación
como la formada.

Tan débil para los deseos,
pero con sensatez
de romanticismo a mar.

De la obra de la autora, “Bitácora de errantes”.