En los cantos de las mañanas
los hombres persiguen avaricias.
Como los vuelos de gaviotas
sobre los edificios acechan.
Buscan oro, tierras, monedas,
amor, penas, troncos de miserias...
A diario observo que jamás cesan,
su límite se expande
al compás de su riqueza,
y dicen tonta a quien piensa,
y raro a quien no duerma.
Los escucho hablar, mentir,
parpadear y amasar tronos de arena,
donde sentarse a juzgar
el vuelo de sirenas migratorias
de mar a tierra,
las letras de cambio,
el esfuerzo de romper
los pecados menores,
agrandando los bárbaros.
Son cantos que ensordecen
letanías sinceras
-quiero un amor que muerda,
rompa, vuele,
bese mis labios de piedra-.
Y en la noche
me aturden sus quejas,
ellos duermen
la espera del amanecer,
indican ninguna senda nueva,
sólo la luna familiar
iluminando cualquier ventana
los observa.
Duermo despierta.
Y con los ojos abiertos
formo sueños,
alternativas, recuerdos,
fantasías a tinta que expresen
mis manos caídas
de tanta y tanta guerra.
No son nadie los soldados
que no duermen.
Perseguidos por canciones diurnas
se acobardan al frente
de la vida,
las campanadas a ninguna misa,
andar por fracasadas cimas,
bebiendo en vasos vacíos,
o flores marchitas comiendo
en papel de cenizas...
Que te ofendan las melodías
que digan siempre
la medida perfecta
de la espiga que dé pan,
o herida
-insisten sobre las almohadas,
bajo las camas se ocultan de día
y surgen a oscuras,
vigías de una misma guía-.
Quisiera,
si me ampara aún
el hechizo de querer,
quisiera dormir dormida,
visitar al sueño que nada diga,
donde me adentre la pereza,
cualquier defecto que hubiera
se apoderase de mi senda
a letras de nanas
sin estrellas muertas.
Y sentirme nacer, morir,
nada, a fin de cuentas,
que ningún reloj determinara
por encima de estar viva.
Del “Cuaderno de Marta Antonia”. “Cuadernos de Penélope”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario