sábado, 16 de marzo de 2013

Tres monedas y un gusano, relato de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz



¿Qué hace una persona sola en pie, en medio de un espacio tenue y con las manos pegadas al cuerpo? Sintiendo la tarde. Las tardes no son sólo un tiempo; se diría que también son un espacio que nos detiene para una finalidad. Ella está de pie, paralizada por la tarde. Qué hace ahí, en ese espacio ajeno que sin embargo muestra algunos de sus enseres en un mobiliario desconocido. Hay un ventanal que asoma la agonía del sol de la tarde y ella sigue en pie, se diría que toma la luz que se duerme. Ve jardines, ramas, troncos de árboles, hojas; están en la tarde. Observa el mobiliario, y nada le recuerda. ¿De quién es esa casa? De la tarde. A la izquierda hay un pasillo. Los espacios también llaman a las personas, excluyendo los nombres y cuanto posean. Los espacios donde lo material no importa, comparados con la luz. Un pasillo en el que asoma también la tarde en un ventanal y ve unas puertas, una de ellas entreabierta. Es una habitación oscura, donde la luz tímida que muere quiere vivir por la ventana. Hay una cama habitada, porque las camas también se habitan incluso cuando están vacías. Ella va sin conocer el tiempo, porque el tiempo es un desconocido que no entiende de sí mismo. Ese cuerpo se vislumbra bajo un ropaje. ¿Qué hace una persona durmiendo en nuestro espacio sin nuestro conocimiento? Ella descubre el cuerpo, que no duerme. Está envuelto en una cápsula de harapos, con la cara cérea y los ojos ausentes hacia su pecho. Es un gusano con cara de hombre. Sabe de quién se trata. Pero no comprende por qué está en su espacio. Tal vez muriendo antes de que la tarde se abandone al sueño y sin embargo muerto antes que todas las tardes. Lo deja descubierto; ningún muerto necesita que lo proteja nada. Sale de la estancia y ve sus ropas, un pantalón y una camisa de hombre. Registra sus bolsillos. Una cartera. No le interesa y la tira al suelo. Tres monedas de cinco céntimos. Se las guarda en su mano. Vuelve al primer espacio con las monedas entre su puño, donde prosigue hacia el sueño la tarde. Para qué necesita tres monedas de poco valor una persona que tiene de todo cuanto sus ojos descartan o necesitan, incluidos los sueños que concede a los derribados con su generosidad el tiempo. Por qué robarle a un muerto, a pesar de que la muerte no necesita sino el cuerpo que devora. Las tres monedas son un tesoro que el muerto hacía sonar en su bolsillo, el botín que robó a otros y mostraba ante todas las riquezas; las tres piezas con sonido agonizante en los pasos donde anunciaba que sólo él tenía la propiedad de esa riqueza. Tres compases de un tiempo desafinado, golpeándose una con otra en su bolsillo. Una igualdad que debe ser protegida ahora, el origen corpóreo que libera el gusano que ya es carne de tiempo. Adónde van los muertos por cuya maldad suenan a calderilla las vidas quebradas. A una cama de quien no le importas para la vida.  La tarde prosigue su dormitar imparable. Y las hojas, y las ramas, y los troncos de los árboles del jardín duermen con la tarde concentrados en una mano, y esperan la noche, que tranquiliza su sed de vida.


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