posando el aire en mis labios
la tibieza de querer vivir
y los nombres perdidos.
Desarmados como puzzles carcomidos
y sin más timbrada voz
que un cierre de candados,
la mirada de todos los pasados
era su compañía de exilios,
para renacer tan sólo ojos
donde vivir nada vivía.
Me acunaba una anciana
perdida en las calles negras,
abrazaba yo a un hombre
perdido en las calles negras,
tomaba mi mano un joven
también perdido en las calles negras.
¿Y dónde queda la sombra
del que muere a ciegas sin amor
y sin camino?,
preguntaba en sus calabozos la noche
en las ramas de los cipreses
y el sueño de las piedras frescas.
Pero ninguna mano sujetó la razón
del suspiro ínfimo.
Toda idea o palabra se dispersaba
como las bandadas de aves blancas
de todas las calles negras.
Como el agua entre los dedos
se escurría un súbito eco
de los ahogados desnudos
y su dañada belleza.
La luna removía las aguas turbias.
Sálvame del olvido.
Acógeme en tu recuerdo.
Di mi nombre de nuevo.
Abrázame soy un niño.
Y en ese instante me alejé
de la noche de agua y sombras,
dejando tras de mí las voces
de los silencios más antiguos
y la piedad de las ausencias,
con sus alas de ciprés
y sus calles negras.