miércoles, 6 de enero de 2010

Sin apenas saber sus nombres, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Entre todo el ruido del mercado
y todas las luces de comercios
los anuncios publicitarios
nadando en nuestras mesas
y las comidas especiales
para un mundo de etiquetas,
con todo lo que se forma
de consumo desnutriente
y colorines en las calles
al tiempo que crecen y se desbordan
los caudales de contenedores de la basura
repletos de tantas sobras
que no llenan más que la tierra,
entre cohetes que estallan
para ocultar o disfrazar las guerras
sobresaliendo de los ruidos
y las listas de los deseos
repletas de cosas materiales,

se fue otra vez la Navidad,

y el niño que no haya comido
muera de frío o de pulmonía de olvido
y la que aun en fiesta está en la mina
trenzando alfombras de persias
o puliendo diamantes para muñecas
sin apenas saber sus nombres,
esos niños que a veces vemos
en documentales de las siestas
entregados al ritmo de los comercios
representados por ministros
y de las olas de los vacíos
sin sentidos figurados
esos niños saben que el mundo
no tiene magia ni magos que los asistan
y esperarán sin importarles que se retrase
otro año la Navidad.


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