sábado, 13 de octubre de 2012

Proceso a una poetisa, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro


Declaró ante todos los presentes
que la acusada lo amenazó con versos,
y no tuvo más alternativa que leerlos
al dispararle ella
proyectiles de repetición.

Presionado por la palabra escrita
herido fue por besos bajo presión,
acorralado en naranjos, olivos y álamos,
ríos, charcos, águilas, sapos
y demás testigos silenciosos.

Hipnotizado con poemas aderezados
para atraerlo a sus brazos la amó,
lo reconoció el denunciante,
pero sólo por escasez de experiencia
con las letras escritas.

Consolado por partidarios
de la prosa numérica
especificada en tíquets y facturas tomó tilas, manzanillas y derivados
para continuar su grave ponencia
de víctima del abecedario.

Que, a pesar de sus matinales mensajes
por colaborar voluntariamente a las artes,
insistía ella en amarlo con su ser
(todos los presentes partidarios de él
a la cabeza se echaron las manos),
susurrándole que sus tiempos eran
su cuello y cabellos trigos y ralos
(ordenaron protección a menores
ante detalles tan rapados),
y que ni pensarlo iba a olvidarlo
(textualmente no recordaba las palabras
por ser él de ciencias
y el estrés ocasionado).

Acosado por los poemas de la acusada
cambió su concepto personal de noche,
y en vez de dormir hacía el amor
también durante el día,
en la cama, en el baño, en el coche.

Se emocionó tanto al recordarlo
que la señalada deseó besarlo
(los guardias la esposaron
por temor a desacato).

Los partícipes de su bando
anulaban sus oídos,
y la inyectaban lecciones mudas
en bombarderos de papel,
mientras yo escribía en crónicas
sus angustias
de hombre secuestrado por mujer.

Se lamentó de que sus palabras a pólvora
aplazaran sus citas al cardiólogo,
neumología, endocrinólogo,
dermatología, homeópata,
otorrinolaringólogo o callista,
y se disparasen sus cifras
en pensamientos y cenas
bajo el cielo,
helados de nata y fresas,
ropas nuevas y visitas al dentista,
furtivos viajes a aguas cristalinas,
y que allí estaban reunidas
las pruebas a cuadrículas,
para demostrarlo:
estaba más sano de milagro.

Era la letra de ella.
Su armamento y estilo
de amarlo.
No podía negarlo.

Tan ciertamente real,
que su abogada defensora
por oficio la escrutaba
con cara de difícil caso,
pero la interrogaba el fiscal
por lealtad al protocolo antipoetisas,
y no negarle sus derechos de letrista
sin licencia legal escrita.

“Lo confieso”,
contestó con atómicas risas
al interrogatorio
abortista de poesía;
“son letras mías,
tienen destellos de verano
la hache de hombre él
y de mujer la eme mía,
y víboras son las eses
con veneno de vida”.

Silencio en la sala.
A ver qué más decía
en contra de sí misma.

“Te enviaré nuevos versos
con matasellos
de corazones a tinta,
porque te amo
digas lo que digas”
(qué murmullo de escándalo
provocó tal amenaza
en el bando antiterrorista).

El juez continuó
rellenando crucigramas
sin llamar al orden.

Sus partidarios,
bohemios, cantautores,
gente proscrita,
bostezaban más que aplaudían,
tanto se aburrían
que finalmente quedó sola
con sus proyectiles anticuentas.

Analizó la fiscalía:
Culpable por utilizar
armas no controladas,
aromas y bioquímicas.
Inocente el hombre
por enajenación mental
transitoriamente incompetente.

De amor no conveniente
las pruebas concluyentes.

El juez expresó:
¡Lugar donde se cumplen los sueños!
¿Alguno de los presentes
puede darme una verdad?

Ella contestó: El corazón.

Recibió sanción
(permitida pague a plazos
por su veterana pertenencia
a la estricta Academia de Asaltos).

Su abogada recurrió la sentencia
al Tribunal Superior de Prosa Poética.

Están estudiando su legalidad
en las urgencias judiciales
de Artistas Enamoradas Progresistas.

En su condena provisional,
y mientras decidan
firme sentencia,
ella le envía poemas anónimos
en postales de Singapur.

Con matasellos
de tinta a corazón,
que él relee y guarda
como pruebas.

 


sábado, 15 de septiembre de 2012

Ráfaga desesperada y dos viajeros, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro


El tren está abarrotado.
En su procedencia
se subió un viajero
y lo estoy mirando.
Lo recuerdo.
Hubo un tiempo
en que fue un vivo.
Ahora es una ráfaga desesperada.
Me dice que soy viajera
y quiere volver a serlo
para medirme en los dedos
el anillo de plata con perla
de los jóvenes años.
Me recuerda.
Le digo que se siente
y mire los paisajes azulados
porque no deseo más anillos.
Me suplica No lo escondas
lo veo brillar en tu dedo.
Y en mi quieto cuaderno
le dibujo un sueño lunar
para que duerma -como entonces-
en los latidos entre mi cuello.
Dos viajeros de mi estación
también lo están mirando
y le indican para que se marche
y no me entristezca con sus lamentos.
Pero se queda sentado en el suelo
para romper la cuerda gris
por la que subieron apresurados
sus últimos pensamientos de viajero.
Yo estoy sentada.
Tranquilamente.
Los observo en silencio.
Los dos viajeros se me aproximan.
Uno es anciano.
Joven el más delgado.
Me dicen que no los abandone
en ese lugar de viejos huecos
que guardan jilgueros atados.
Que nacieron entre olivos
y sudores jornaleros
-adonde tú vas-.
Yo les suplico que se sienten.
A mi lado.
Me preguntan cuál es mi lado.
Contesto El izquierdo.
-Como el nuestro-
La muerte recupera las memorias
de los extraños viajeros.
Avanza el tren.
Miro mi mano y no hay anillo.
Nunca lo hubo en mis pasos
por más condena que fuese el mundo.
El primer viajero se desvaneció
en los naranjos de enero.
Me dejó un beso negro.
Miro mis sueños y están llenos.
Los dos viajeros me relatan
el antiguo cuento que afirma
que nunca viajamos solos.
Reímos –los recuerdos-.
Las luces de los andenes
pasan con la rapidez
de un cine de verano
que se abriera con lentitud precisa
en un alba desconocida.
Y al sujetar la maleta
tres manos –una por una-
se unen a una cuarta
que me espera en esta tierra amada
-Hola, hija. ¿Aquella es la estrella del amanecer?-
mirando sus ojos somnolientos.
El tren ya está adonde ellos vayan.


domingo, 5 de agosto de 2012

Registro de los días lentos, relato de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Una noche, hace tanto tiempo que ni sé si era yo, soñé que trabajaba. Soñar que se trabaja es una persistencia capitalista que una ha de soportar si quiere mantener el estatus de obrera. Con el dolor de los sueños reales que acucian incansables la pena, soñé. Soñar es una persistencia humana que nos mantiene al frente de la vida y al margen de cualquier sistema. Soñé que estaba casi desnuda en mi mesa de papeles y una agenda del año en curso, donde escribía poemas imposibles llenos de ilusiones y corazones de mucha tinta, al lado de “se vende tercero sin ascensor”  y un teléfono que ya no existe. Soñar con una misma en su dinámica diaria no tiene más sentido que sabernos aferrados en la rutina. Esta rutina la había roto el amor y también el desamor. Amar es una sorpresa que los poetas no solemos esperar de la vida propia y el desamor una muerte fulminante de la que debemos sobreponernos como si de una enfermedad grave se tratase y buscamos los síntomas para tratarlos con las Letras, a ver si tiene alguna cura que nos cuadre. En estas yo trabajaba. Y envuelta en un pañuelo grande. Ciertamente si una obrera se viese sin sus ropas adecuadas encontraría la clave de un sistema al que nos sometemos dejándonos la vida. Pero mi sueño no era obrero. Mi sueño era de amor. No todos los sueños de amor son tú me besas yo te beso. Algunos sueños de amor son sueños de rescate. Por ejemplo, antes de este sueño tuve uno donde al hombre que amo lo rescataba de una montaña de estiércol y le curaba sus piernas; luego, apoyado en mí, nos marchamos cojeando entre una pestilencia de seres dominantes que comían de sus gangrenas de desgracias y escuchando gritos de disidencia la oscuridad se perdió. Las disidencias, cuando se alimentan de otras cobardías, nunca me preocuparon. Pero esta era distinta, porque en esa montaña de estiércol estaba invalidado el hombre al que amo. Esta vez yo estaba envuelta en un pañuelo grande ante mi mesa de trabajo. En el tajo del jornal. Soñando en el mismo lugar donde pasaba los largos días de la tristeza y forzada a sonreír porque el cliente siempre tiene razón según el capitalismo, y si no la tiene la sonrisa es tan rebelde que nos doblega a dársela si nos pone cara amable. Miro hacia la puerta y veo al hombre que amo. Tan guapo que dudo si es él. Nunca las bellezas me inquietaron demasiado, más bien las creo rechazables porque la belleza física suele conllevar el escaparate primero y luego la trastienda llena de cosas inservibles. Soy más de la fealdad con buen alma. Se dirige a mi mesa y me dice muy serio:
            -Vámonos.
            Primero, recordar que esto es un sueño. El sueño con alguien que no es capaz de llevar a cabo tal compensación, a pesar de haberse curado de su gangrena porque acudí en su ayuda en un sueño donde arriesgué mi vida. Es lo bonito de los sueños, que lo imposible podemos verlo realizado.
Con la conciencia adiestrada a obedecer en el trabajo antes al que me dice que trabaje que a un gran amor que nos venga a rescatar, miro hacia un despacho:
-No puedo. No le he dicho nada al jefe.
Pobre poeta, hasta en sueños debe ser obrera. Capitalismo, qué asco das.
Contesta:
-Da igual.
Parco en palabras, no me convence.
-Y estoy desnuda.
De pronto el pañuelo grande que me envolvía ya no está, y desnuda me muestro completamente ante el hombre por el que sueño durmiendo y despierta. Lo recuerdo tela negra. Serían los retales de pequeños pañuelos donde había dejado tantas lágrimas en su ausencia. La bandera de mi naufragio, recorriendo todas las islas en verso que tenía por dentro. Lágrimas transparentes que los poetas jamás coloreamos, más que nada por falta de interés.
-Da igual.
Escribir poemas a alguien que apenas habla, es un milagro que sólo el amor puede conseguir, no con demasiado éxito. Y yo le había escrito tantos, que quizás era un sueño viviendo dentro de otro sueño, y sólo venía a verme reclamando derechos de autor. Yo se los habría dado todos, incluso de los poemas de amor y otras rarezas que me queden por escribir. Porque comparado con el derecho exclusivo de amar, los derechos de autor son insignificancias y podemos reproducirlos cuantas veces tomemos tinta azul y un poco de tristeza no muy seria; así nos alimentamos los poetas que vivimos el milagro de amar.
Cuando del mismo argumento concluyo que debo marcharme con el hombre al que amo, se escucha una voz ajena a nosotros:
-¿Dónde vas?
La voz profunda del dirigente laboral ante un deber que cuenta diariamente con nuestra vida y de todo cuanto en ésta hemos aprendido a realizar. Cuando iba a informarle de que me marchaba, el héroe recién formado y de escasas palabras, contesta:
-Nos vamos.
Y no contento con una respuesta tan sencilla y comprendida por todos, pregunta de nuevo en otra versión de destino y lugar:
-¿A dónde?- seguido con mi nombre.
Preguntar adónde va una persona que ama, es la típica pregunta de alguien que no sabe hasta dónde se puede amar si tenemos ante nosotros al sueño que se perdió.
Contesto yo:
-Me marcho.
En los sueños que organizan, a saber dios los motivos, los valientes, se suelen hacer pruebas para animar a los que lo son reciente o súbitamente. Por entonces yo estaba flaca porque el estómago se aferra a las penas aunque a una le guste cocinar recetas nuevas e incluso viejos poemas. Yo estaba flaca. Eso me vino bien para aumentar caudales de obrera pobre y bastante regular cuando preguntaban a mis espaldas qué enfermedad me quitaba los quilos. Mi enfermedad se llamaba espanto humano. Recibir toda la capacidad que una persona puede albergar en la cobardía ante cualquier sonido que diga Uy que te asusto, y la persona cree a pies juntillas que el susto es terror y te contagia de dolor a expensas de su traición. Pero el terror más temible es ser cobarde y no avisarlo. Decía, que yo por entonces estaba flaca. Flaca de llorar. En el sueño yo estaba entrada en carnes. Tomar una pluma lo superan hasta los ratones más diminutos. Pero tomar un cuerpo que es cuerpo y además lleva consigo su alma cansada, sólo a un hombre hastiado de ser cobarde se le puede poner esta prueba. El hombre al que amo, me tomó en sus brazos y la voz del jefe sigue reclamando:
-¿A dónde?
En los brazos de quien amamos la vida no es la misma. Sin ellos, perdemos lo que por dentro somos y en el registro de los días lentos se nos asigna una orfandad que nada puede hacerla desaparecer. Ni las cosas que compramos como felicidad rápida, los amantes a los que se les paga por su tiempo y nos dicen por céntimos cuanto queremos, ni ninguna vida ajena por mucho que esté en el mundo porque le hayamos dado la suya o la nuestra sea por su causa, puede quitarnos la orfandad de sentirnos desdichados sin unos brazos determinados, con tantos brazos como tiene el mundo y necesitamos sólo esos. Nuestros brazos quedan huérfanos como los árboles talados y las plantas de secano. Cuando nuestro peso está en los brazos de quien amamos hemos vuelto a comer con ganas y a edificar fuentes, volvemos a las cavernas más limpias sin los plásticos y aceros que nos amordazan la boca y hasta nos mellan. Porque son los brazos donde dormimos los mejores sueños, los brazos que se formaron entre los nuestros.
-No sé. Pero me marcho.
Las calles del centro nos vigilan. Hay juicios hasta en los balcones. La prueba más fácil de la vida está siempre de nuestra parte cuando soñamos las realidades más sencillas.
-¿Vamos?
-Sí.

Yo miro al hombre que amo y el hombre que me ama me está mirando. Acaso el mundo es tan enorme y monstruoso que no podamos hacer que dos vidas se sigan amando. El mundo que observo es un mundo enemigo de los amantes, una enorme batalla de envidias disfrazadas de recomendaciones y de obligaciones eternas que nunca terminan y se enlazan con las nuevas. Olvidamos que tenemos la última palabra si esta es nuestra.
Al tiempo eterno de este sueño, el hombre al que amo llora mi ausencia y lloro yo la suya. En las aceras donde voy vestida, en las aceras donde va vestido. Llorar por separado es un destino vulgar para cualquier héroe. Pero llorar está bien visto. Es hasta elegante. Se tapa con ropas a cualquier precio y con cosas de cualquier valor. Eso reconforta mucho a quienes no saben lo que es amar para siempre, y que sólo son valientes en los sueños de otros. 


sábado, 14 de julio de 2012

Yo y mis cosas, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro



Yo y mis cosas,
me advirtió.

Y sus cosas qué importaban,
si era cuanto yo quería.

Su risa, su tristeza,
su pelo, su religión,
su ateísmo, su calvicie,
su salud, sus ideas,
su enfermedad, su indiferencia...

Ay, qué suerte ese etcétera
que con él apareciera:
la simbiosis, el parasitismo,
los paseos, los encierros
contando estrellas,
o cuanto quisiera
de esta mujer a su espera.

Pero sus cosas
eran su automóvil,
sus trapos con etiqueta,
sus casas y cartera,
sus hipotecas de vida,
y hasta su perra
con pedrigrí era él
para su pre-entrega.

Cuando entró a mi casa,
comparó qué era él,
qué yo era.

Se sentó en el sillón
(precisamente el que estaba roto,
era el único que había),
y el asa de la taza se despegó,
al calor de un hirviente café.

Yo me reía con él.
Y él lloraba conmigo.

Para él, también yo era
yo y mis cosas,
incluida mi gata de yeso,
con los ojos de canicas verde y azul,
y me dijo adiós por las buenas,
ni siquiera un hasta luego,
nos vemos.

Qué podía hacer yo,
si no tengo más que letras
que necesitan de papel,
anticipado por colegas y poetas
(pero son muy buenos,
ni me lo apuntan, al menos).

Cuando devuelva mi préstamo
de dinas cuatro y bolígrafos,
le enviaré este poema.

Por si acaso ahora
sólo se tiene a él,
y mi gata lo aprueba
(lo arañó saliendo por la puerta).


domingo, 3 de junio de 2012

Ella no tiene nada, relato de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Se va ocultando el sol entre el oeste. Las ventanas, sucias de la arena sahariana de los últimos días de calor, denotan a las claras que allí parece que no vive nadie. Sin embargo, es un hospital. Con sus trajines de carros y sus pasillos de enfermos y sus familiares de enfermos y sus enfermeras con cara amarga y modos cuarteleros, es un hospital. En un hospital vive el tiempo. El tiempo que nos sobrepasa el cuerpo, el lugar donde dejamos a éste a su modo de perderlo o ganarlo y el único lugar en donde se pueden encontrar a muertos. Muertos que se nos agarraron convirtiendo nuestra sombra en el sudario de su adiós y que igual los vemos en el número de una habitación que en el pasillo de un tren durante la noche al ser solicitados para una estación de llegada. Muertos que son vivos y que solamente desaparecieron un día de nuestras vidas en continuo pasaje a la muerte. Muertos que trabajan por un poco de sueldo.  Muertos conformistas, que viven si los recordamos. Y luego están los otros, los demás muertos: aquellos que se aparecen en sueños. Estos muertos que hablan robando al vivo su palabra y que actúan imitando a los vivos, pero a nadie engañan porque al abrir los ojos ya nunca vuelven a ser vistos excepto en sueños y vuelven a morir. Y quién dirige un sueño, si ya se sabe que los sueños jamás aceptan calendarios, programación ni órdenes, no puedes decirles ven esta noche o lárgate de mi cuarto y de mis ojos. Ella dice que tuvo un bonito sueño de muertos. Que soñó que tenía los noventa años que tiene y que las calles piedras y en donde las casas eran los peñones que hay junto a la suya pero con aspecto de grandes casas que nunca ha visto. En una inmensa pared blanca se movían con el viento papeles oscuros con frases que no entendía. Olvidó decirme en su relato que no sabe leer y yo escuchándola no olvidé que lo sé. Una puerta abría esa pared blanca y ante ella estaba su padre con edad joven. Sonriente va hacia él. Hacía tantos años que no lo veía, ni siquiera en fotografías, pues eran muy caras y ellos muy humildes y jamás pudieron retratarse en esa temprana edad de la pobreza. Tantos años que parece magia que con los ojos cerrados, dejados los cuerpos abandonados a su suerte, una pueda conseguir volver a ver el rostro del hombre que con mucha menos edad que ella tiene le dio la vida. Una muchedumbre se hallaba tras de él. Llamándola. Reclamando su llegada. El hombre joven mantiene la puerta y grita a su hija anciana que se aleje.
            -¡Ella no tiene nada!
La puerta es un chillido imparable de rostros apresurados y palabras que chocan entre sí.
            -¡Ella no tiene nada!
Habrá tanta gente con ganas de volver a ver a sus amores perdidos en los destinos y los misterios. Tanta gente que en la cama de un hospital o en las camas de sus casas cierren los ojos esperando ver la figura de quienes amaron, porque ya no recuerden cuántas líneas atraviesan las palmas de sus manos o el tono con que su voz repasaba el alfabeto. Ella continúa queriendo acercarse.
-¡Vete al foco!
Su padre no cesa de gritarle.
-¡Vete!
En qué lugar del corazón se hallará que un hombre joven pueda ser el padre de una anciana.
-¡Vete al foco!
Y que ésta obedezca las palabras de ese joven como si aún fuese una niña.
-Cuando miré el foco ya no había nada, tampoco mi padre, ni se oían gritos. Estaba yo en el campo con mi perrilla y mi amiga. Qué bonito sueño. Qué guapo era mi padre.
Los sueños con los muertos que simulan estar vivos y lanzan sus gritos de advertencia, qué serán, sino palabras que mudaron el tiempo que tocamos como propio.
Y los pasillos del hospital siguen llenándose de enfermos y familiares de enfermos y enfermeras con cara amarga y ascensores vacíos que indican con voz metálica las plantas que recorren y luces del oeste en las ventanas de arena y los ojos de ella recordando el sueño como si fuese un bonito cuento donde la muerte no existe, tan sólo aquellos muertos que eligen en qué sueño quieren vivir.

domingo, 27 de mayo de 2012

Estrellas sin documento, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro


Me entrego a tu ser
convertida en vuelo,
mis brazos nuevos
a tu disposición de amor.

Tu aliento los mueve,
planean sobre tu piel
al compás de tus deseos.


El horizonte de ti quiero,
mares donde navego
tu vello,
esas hojas de tus dedos
las copas de mi reflejo,
la meseta de tu pecho
mi cima del despego.

Me entrego a tu ser
quebrando mis lazos
de cualquier tiempo,
los días nacidos o muertos,
a la vida de tu seno
permanezco
por razón de ser
por serlo.

Mujer amada,
mi hombre
es mi lecho.

Los ríos son lentos,
bebidos a sorbos
en instantes ligeros.

Parado el mundo
por momentos.


Adentrándonos
en las razones
de nuestros cuerpos.

Qué opción la nuestra
sino recuperar la piel,
latidos y verbos
maltrechos.

Me entrego a tu ser
como gaviota en puerto;
la mar de ayer a lo lejos,
y olas son los vientos
remando en los sueños.

Estos destellos sin destino,
la luna asomando miedos,
y te observo pausadamente,
sin tú saberlo.

Al fondo sombras de encinas,
luz tenue en los campos,
surge en nuestro tiempo
el sentido verdadero
de lo correcto.

Presiento caminar los segundos,
revivo tus peores recuerdos,
y en versos
que jamás nadie te escribiera
los reconstruyo
para desaparecerlos.

A letra de suspiros
de estrella
en tus labios los escribo
a los míos presos.

Me entrego a tu ser
sabiéndote sueños en vuelo;
amarnos en aguas y desiertos
nuestro presente más cierto.

Aceptando este léxico,
poseer la práctica del deseo,
sin más documento de estrellas
que cuanto en huellas propias
en nosotros aseguremos. 

viernes, 18 de mayo de 2012

Lienzos de piedras, poema de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz



La anciana duerme tendida
sobre el equipaje que es sábana
derrotada está la estancia
y a colores pálidos las paredes
por los suelos derramados
me vienen recuerdos de guerra
sin haberla jamás vivido
la alcoba es sótano de llanto
de palabras que no sirvieron
las horas quemados lirios
en los rastrojos de tormentas
ella es una niña ya cansada
de imaginar ser la anciana
la despierto con el miedo
de que ya no viva
y que la guerra haya sido cierta
dejándonos sobrevividas
con todos nuestros limbos
sin las hortensias crecidas
pero me mira y sonríe
aunque yo no sea su hermana
por quien llora un rato en las auroras
sus ojos embolsados
de silencios y desesperanzas
abren la dignidad a la vida
y pronuncio su nombre
buscado como si fuese un niño
que en la noche no regresa
y si ya almorzó y no recuerda
la pena se me agarra
como un relámpago sin yemas
sin duda alguna evidencia
que por aquí pasó la guerra
sin que nadie escuchara bombas
sin que alguien sufriera heridas
sin documentos de vivir muerta
mas que la anciana que ahora
atiende a sus zapatos nuevos
y a las muñecas los muestra
-pasearemos una tarde de estas-
protegidas en el paraje
por sueños y por olvidos
de todos sus lienzos de piedras.
  

domingo, 29 de abril de 2012

Para una poeta la vida es un poema minado, poema de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


De todas las pruebas de vida
hay una que destaco
en las cimas de las derrotas
de las guerras más silenciosas
por ejemplo esta
de ver la anciana ciega
que va llorando por el barrio
mientras compra en la tienda
con su monedero de huellas
tanteando sus céntimos mojados
antes de ver este mal milagro
me quejaba de algunas cosas
por ejemplo que lleve días el cielo
con las mismas nubes quietas
o que las margaritas abran sus pétalos
en mi horario laboral cuando no las veo
así son algunas tristezas desapercibidas
antes de algunos hechos yo era
una poeta al margen de las desgracias
que ahogan los atardeceres y las albas
pero ahora estoy mirando a la anciana
con sus ojos secos que lagrimean penas
y a sus seis hijos muertos
en las sobredosis de riesgos
y yo sigo viendo triste mi alma
por cuestiones importantes
que de noche tienen gravedad común
digamos una para muestra
que ya no coincida conmigo
el hombre rubio al que sigo amando
para una poeta es desdicha diaria
si no eres poeta igual no lo comprendes
ni yo te comprendo en tu olvido
pero observo sus ojos de cipreses talados
y dejo la buena melancolía para otro rato
se lleva su pan horneado de rastros
y yo vuelvo a mi casa por la vereda del campo
con la desdicha de sus entierros diarios
mientras huelo las rosas a mi hermano
quién sabe si este hermoso mayo
secará por dentro sus ojos quemados
y soñará la anciana con doce manos
que limpian su cara de lágrimas
y les vuelve a poner cacao y pan
entre las calles jugando contentos
para una poeta la vida es un poema minado
que sin saber se va descifrando
con las noticias deshechas
de los ojos de otros huérfanos. 

sábado, 24 de marzo de 2012

Fuente de antigua lágrima, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro


Nada acabará con mi risa
formó la palabra en la mañana
con nubes blancas en nieblas
nadie reforzará mi alma
con dolor ni arenas pisadas
navega profunda y libremente
en la saliva de mi boca blanda
que es fuente de antigua lágrima
y verán mis enemigos
a los que ignoro sin querer
y me saludan amablemente
esperando a que mi risa caiga
que es imposible matar su llama
nada agitará las noches eternas
por muchos sueños turbios
que acudan a despertarme
fijando la hora roja en mis ojos
ni valdrá oro ni chatarras
esta risa que me vuela
cuando ya creyéndola ida
se despereza tras las tormentas
celebrarán cuantos esperan
a que yo sea borrada huella
mas no hay peor destino
que vivir la vida ajena
envidiando lo que no se tenga
por muchas vueltas
que el viento embriagado beba
nadie puede descifrar sus velas
aseguro por lo tanto sin fe y con ella
ante la firmeza de vida de mis años
que mi risa es propiedad y misterio
pero ni siquiera es cosa mía
pues de tanto intentar
terminar con su vida
con su principio y final vive
sin tenerme en cuenta.