miércoles, 16 de septiembre de 2009

Once tequilas y una brújula, de Marta Antonia Sampedro


A José Rafael Cruz.
Tus once tequilas para tu estancia en Japón, y la brújula de la amistad para que nunca te sientas solo. Para ti, chulo.


Mientras los pájaros arañan ramas
despidiendo agosto y sus quejidos,
el sol desaparece tras el edifico
horrible y verde de la imparable codicia,

mientras observo que la Humita
es una criatura que en esta plaza
corretea por el parque como cualquier niño
con su madre antirracista
aunque el ayuntamiento sancione
que dios creara otros seres,

en los momentos que parecen subir
por mis pies
como avispas de cartulina
y este tiempo triste
donde son lejanas las despedidas
porque ya no existen
y se inventan perennes las bienvenidas,

mientras sé que retratas las caras
y los rostros genéticos de adeenes injustos
de tu vocación curioso y solo
y tu valor tímido,
en los recuerdos que guardan
las almas poderosas del dolor y la desidia,

mientras sé que en Colima tu lío con el mundo
es el mismo que mi lío con el mundo,

entre aves recogidas y abismos
pienso en once tequilas y una brújula
que te debo por no callarme a tiempo
y no excusarme por ejemplo con
no tengo ni un peso, dólar, euro,
y renuevo la risa dialogante
con la fácil deuda convenida,

y hasta el andar de estos gorriones
son largos caminos de invierno
y aunque debamos confeccionar sus alas
yo sonrío entre la tristeza y el olvido,

porque las brújulas son seres terribles,
porque jamás indican nada
que de verdad se busque,
y porque tú -es raro- pero las amas
toma pues tu nueva brújula.

Pero bebamos las once tequilas
en el espacio de estas sonrisas.

Se asemejan mucho según vuelos
a lo que pierde en las tardes el artista.
Y tanto, pero tanto, al agua de Colima...

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