Como fantasma vestida de limpio
acudo a este horizonte de agua,
a comprobar si contigo estuve
y un compartido sueño negar.
Las estaciones se aposentan
devorando recuerdos
y soles derretidos.
Frente a este muro
donde escribo añoranzas
chocabas contra mí
tu cuerpo desaparecido.
Las hojas con otro canto hablan,
mortecinas quedan bajo los cielos;
reconocida soy por ellas
en subterráneos y vacíos.
Confiesan que te has ido
al punto contrapuesto
de cuanto pensamos vivo.
El faro inútil por no ser astro,
ruinosos los hundidos tejados
y estos peldaños
de mis pies y tus zapatos,
donde quebrados pinares y caminos
sembraron tantos olvidos.
Las noches derribadas,
tan lejos que tu nombre encuentro
y pronunciarlo aún no puedo
(en Singapur un breve permiso
me concedieron,
para ver a un sueño enfermo).
Los cerros absorbieron los besos,
estas olivas sin fruto viejo o nuevo...
Me dicen los árboles
que he muerto.
Y ensordecida huyo de mí,
de estos cipreses
sin cementerio o cuervo
donde me alojara un día
reencarnada
en golondrina de invierno.
Por qué te has ido, amor.
Dónde enterrar este sentimiento
que devuelven tierra y piedras,
los adentros del tiempo.
Lo traen y llevan libélulas,
mariposas, palomas y jilgueros
amarrados a quietos vuelos.
aún no tiene agua
(insuficiente fue en cariño lento
y en demasía sus palabras).
De qué tienes miedo.
Dime.
No te escondas en otro cuerpo.
Caduca el tiempo,
no es de agua su segundero,
sino de veloz y eterno fuego.
Avanzas a mi cuaderno
de poetisa de lo incierto,
y a esta cruz sin clavos
me adhiero
mendigando al cielo deseos.
En el vaivén de las ramas planeo,
las hojas me indican:
“silencio, silencio...
el llanto espanta al viento;
despreocúpate del amor,
Otoño se encargó de ello”.
En el Guadalén
no habitan ya tus besos,
ni mis ojos despiertos
te apagan los miedos.
Se convirtieron en alimento
de ahogados suicidas
en las profundidades
de los cerros.
He venido sabiéndolo.
(2003)
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