El agua de enero aplaca la tierra
de incansable vaho y aliento obrero,
bajo el cielo del invierno crujen las estacas
que de nuevas se alteran joviales
a pesar de un fruto escaso,
y murmuran leyendas que aprendimos
con el tesón de los sueños
las olivas antiguas y raíces viejas,
y esas nubes, que son las de siempre
y por ello amadas nubes compañeras,
que protegen en sus abrazos etéreos
a los huérfanos apacibles del pan negro,
y en el pasar de dos cigüeñas
entre el aire de carbón que moldea el viento
pensamos la primavera se acerca,
la primavera ya escribió que viene
y sin embargo la cosecha aún queda
y una acequia de razones que te debo
-ahora recuerdo-
desde que te amé, es decir tan temprano,
derribado el asfalto que el ser humano
cree invencible igual que sí mismo
aunque muerda remordimientos y látigos
de lindes, bardas y de aterido ganado
y de ellos haga bandera de maleza y tizne
se desparrama por estas piedras cuanto somos,
en un segundo estamos perdidos o hallados
hablando solos Madre Natura ¿qué no tengo?,
escribe el agua por los campos de Jaén
y de los troncos de saliva traduce el fuego
en las mañanas de niebla y en las hogueras
donde los eclipses de sol se inventan,
qué es esta tierra sino montes y campos
y lenguaje esencial sentido del pueblo
donde soy –somos- obreros
y versos cruzados infinitos
en el menester de ser poeta jornalera,
a lo lejos un galgo malherido
persigue la sombra que no muere antes
que sus ojos de pánico
a la bondad de fiera del hombre
que premedita su malevolencia,
y así como la vida es dolor y desidia
también es libertad y permiso a escapar
cuando las aceitunas verdean
y los amos o los santos no tienen ya fuerza,
con su silencio de enero
los andaluces forman el futuro del pasado
aunque no teman sus poetas,
porque entre los barros y las manos
aspiran palabras más claras que da la tierra.
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