lunes, 5 de abril de 2010

Retrato a una muerta, de Marta Antonia Sampedro y fotografía de Rafael Cruz


Me pidió la muerta en vida
el deseo de su retrato.

Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo
tanto suspiro
qué gorda, qué flaca,
tan grande, tan chica,
al servirle la muerta
la sopa de letras sentidas.

Los herederos de su tristeza
y cuatro casas hundidas,
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta
la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas
y delincuentes
de transplantes
de orquídeas-.

Registré su hora de muerte
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.

Ningún vecino
acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla
sierva ejemplar,
dispuesta siempre
con su rosario de penas-.

La mujer sin alma llena
conmigo venía
como una amiga
de la escuela.

Yo le daba charla
negando su fallecimiento,
y al escucharme sola
en versos de loca,
la radio anunció
un buen día.

Sabiendo gustaba
contemplar las claras aguas
de los pantanos,
sobre láminas plateadas
y troncos de encinas
coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.

La miraba de perfil,
de frente;
retoqué su pose
para hacerla natural,
menos evidente
su cara de sorprendida
por venirle la muerte
al conocer su desdicha.

Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.

Sus labios sonrosados
de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere
en papel de póstumo regalo
por su muerte querida,
la convirtió
en la que yo conocía
antes de bordar
su dote de mentiras.

Caducó su condena
de veinte mil desamores
con el mismo hombre
y un día.

Finalicé el retrato
en sus ojos.
Y en ellos supe
que había muerto.

Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos
sobre las rodillas;
se untaba bronceador,
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil
con refrescos
y chocolates de Suiza.

No se estaba quieta.

Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso
para la firma.

Pero en sus ojos
vi el rastro
del lamento
que no quería.


Decidí ese día
que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas
que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien
de los sentidos.

-Retratar muertas
es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
cuando resucitan-.


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