Por todas las lindes de la plaza
donde los bancos rebosan de invierno
y los perros olfatean orines
hay unas nubes plomadas de aceite,
quizás el respirar de olivos
concentrados en las miserias
baja todos los domingos
a eso de las doce según parece,
y de lejos se ve el banco cargado
de palabras de otros sentados antiguos
y las cáscaras de las dinamitas
languidecen las miradas de los presentes,
ella está sola sentada en su banco
le cae el cigarrillo como el ala de una estrella
y no me digan que nunca vieron eso,
ella está sentada en su banco
le cae su abrigo blanco como un cuerpo sin cuerpo
y no me digan que es el alma nadie ve eso,
las aves deshacen la madeja de las palmeras
y más allá la grúa de la obra eterna
pertenece ya al paisaje de nosotros,
ella está mantenida en humo
rozando las hojas envueltas de arena,
y así observando cómo la vida
es dolor y humo y manos perdidas
cada cual va a su oficio,
la ambulancia toma el abrigo blanco
y los agentes nos sancionan
porque en la plaza donde viven
los cadáveres con abrigo blanco
está prohibido llevar perro.
Los héroes son seres tímidos
que no presumen de valientes
y posan de cualquier modo
sin pensar en retratos futuros,
a muchos de ellos con los nervios
les da por comer con la paciencia
de su patrón Job
y no creen en amuletos,
todos los héroes temen
mirar bandadas de palomas
y agachan la cabeza
pero luego miran al cielo
pidiendo a los gorriones
perdón por esto o aquello,
los héroes son vecinos
que nunca van a las reuniones
porque se les olvida
que aún hay balcones
donde esperar mariachis
y estos deben estar limpios
a pesar de las intenciones musicales,
viajan en segunda clase
para no ser descubiertos
y también porque el desempleo los deja
sin poder acudir a tiempo,
a ninguno se le nota
que hacen huelga de tedio y bondades
ni usan estrategias para salvarse
y bien es sabido que usan la inteligencia
en vez de los puños ciegos,
los héroes tienen un gran corazón
que se desmorona continuamente
en todas las urgencias anímicas
y ceden los asientos sin mirar
si hay o no derecho
a un transplante compatible,
pero todo cuanto hacen los héroes
pasa desapercibido
porque son seres tímidos por vocación
que no presumen de sus sueños limpios.
Me pidió la muerta en vida
el deseo de su retrato.
Murió de noche,
al descubrir su alma vacía,
y decirle él padeciendo
tanto suspiro
qué gorda, qué flaca,
tan grande, tan chica,
al servirle la muerta
la sopa de letras sentidas.
Los herederos de su tristeza
y cuatro casas hundidas,
miles de impedimentos objetaron
al color de mi tinta china
-y que a la muerta
la llevase en mi coche,
a riesgo de alimañas
y delincuentes
de transplantes
de orquídeas-.
Registré su hora de muerte
en un envoltorio de sacarina
tomando café en la salita.
Ningún vecino
acudió en mi ayuda
-acordaron nombrarla
sierva ejemplar,
dispuesta siempre
con su rosario de penas-.
La mujer sin alma llena
conmigo venía
como una amiga
de la escuela.
Yo le daba charla
negando su fallecimiento,
y al escucharme sola
en versos de loca,
la radio anunció
un buen día.
Sabiendo gustaba
contemplar las claras aguas
de los pantanos,
sobre láminas plateadas
y troncos de encinas
coloqué bien su cuerpo
y su alma vacía.
La miraba de perfil,
de frente;
retoqué su pose
para hacerla natural,
menos evidente
su cara de sorprendida
por venirle la muerte
al conocer su desdicha.
Durante los bocetos de su aspecto
el sol doraba su cuerpo,
huían de ella aves y reptiles
lanzando al agua ondas
de indeseados recuerdos.
Sus labios sonrosados
de muerta viva,
su cabello de maniquí marchita,
todo cuanto fuere
en papel de póstumo regalo
por su muerte querida,
la convirtió
en la que yo conocía
antes de bordar
su dote de mentiras.
Caducó su condena
de veinte mil desamores
con el mismo hombre
y un día.
Finalicé el retrato
en sus ojos.
Y en ellos supe
que había muerto.
Su sonrisa era de viva,
cruzaba sus manos
sobre las rodillas;
se untaba bronceador,
colocaba la toalla de piscina,
abrió una nevera portátil
con refrescos
y chocolates de Suiza.
No se estaba quieta.
Sólo su alma vacía,
tan cerrada en vuelos
que ni siquiera posar quiso
para la firma.
Pero en sus ojos
vi el rastro
del lamento
que no quería.
Decidí ese día
que en mi coche
no viajarán más muertas,
tan sólo aquéllas
que proclamen
tener los ojos vencidos
y pongan de su parte
por el bien
de los sentidos.
-Retratar muertas
es muy laborioso,
nadie reconoce el esfuerzo
de esta vocación mía
cuando resucitan-.
Querida hija
la vida no es un invento
ni una manzana que golpea
una bombilla incandescente
ingeniería técnica
o genética,
la vida nos aprieta
es calzado ajustado
camisa de fuerza
corbata que ahoga
desierto sin oasis
barco sin velas
luceros que se alejan,
los días aparecen
de sorpresa en sorpresa
y sin amor somos piedra
o arena pisada
perros salvajes
o algodón renegrido
a tientas.
La vida es un recuerdo
que aún no ha nacido
ni quiere nacer
por sí mismo
y se enfrenta
con nosotros
jugando con los tiempos
nuevos o perdidos,
la vida es fuerza
molde de ilusión
persona fugaz
espacio para ella,
y a veces se desaloja
por derribo
ante la advertencia
de elegir muerto o vivo
y hacemos lo sentido.
En las hojas caídas
se aprende de la vida,
es de humanos comprobar
adónde se van
los esfuerzos de ventiscas
el curso de los ríos vacíos,
nunca se atina
o se desacierta,
la vida no tiene color
y no precisa retoques,
solamente empuje
intuida señal de veleta,
pasión o dolor que expresa
alguna ventaja puntual
que ha de tener
ser nada excepcional
y una vez se muera.
Parecerá mentira
la verdad,
ésta quimera
pero no importa,
somos cometas sueltas,
nubes de estaciones,
guerreras intrépidas
o soldados rebeldes
desnudas de ideas,
en sus magias desmedidas
la vida es misterio
pensamiento y acción,
opciones de ternuras
y a veces nada más
que instantes secretos
de las alas benditas,
sirva este adelanto
mientras ves
mi soliloquio de fantasmas,
que los poetas somos
rompecabezas o sombras,
alguien que perdiera la razón
la cinta métrica
y se empeñe en pesar el mar
valorar la frialdad
de los polos opuestos,
diseñamos amores
en vez de obligarnos a ser
vuelos sedientos
sin horizontes,
y así dormimos a solas,
cálidamente solos,
al amparo del cartón completado
a desmedidas sílabas
con puntos y final
casi siempre momentáneos.