Todo comenzó cuando soñamos unos con otros. El joven soñó con el anciano, la anciana soñó con la joven, ésta con su niñez y los niños soñaron con sus muñecos. Por aquellos días había estado el circo en el pueblo. Uno de aquellos circos deslucidos que aún llevan animales y en cuyos ojos puede verse la tristeza por llevar una vida de esclavo sin comprender qué es la esclavitud. Sólo con mucho esfuerzo de látigo a arena y grandes gritos, el domador conseguía el aplauso del público, para más tarde y en un andar cansado, volverlos a sus jaulas hasta la siguiente actuación. Me había sentado en la primera fila para ver de cerca a los malabaristas. Aros, bolas..., su habilidad nos hipnotizaba en un silencio inusual. En las seis antorchas lanzadas al aire para regresar a las manos de los malabaristas, vi las palabras nunca, siempre, cerca, lejos, hoy, ayer. En ese mismo instante del movimiento de las seis antorchas, sentí que la muerte soñaba conmigo y sin embargo yo no soñaba con nada. Acaso quedaría la muerte en quien no sueñe con otro. Dormí con desasosiego, a pesar de repasar todas las fotografías guardadas desde mi juventud, para conseguir soñar con alguien. A la mañana siguiente continuaba en el mismo estado, inquieto y preocupado, con las mantas a los pies de la cama y pensando en los malabaristas. Así que sin pensarlo más y tras un día de tormento esperando la hora, me puse la misma ropa, paseé por los mismos lugares y regresé al circo, a ver de nuevo la actuación. Después de los animales, saldrían a escenario los malabaristas. Pero eso no ocurrió. Los payasos se daban golpes, el público reía y también lloraba y comía, los acróbatas parecían palomas de magnesia y en su andar de puntillas la tierra era liviana y redonda, los niños se agitaban, el hombre forzudo rompió un bloque de hierro como si fuese de cartón y tal vez lo era, comentaban algunos hombres, todos los artistas se despidieron juntos girando como hormigas el círculo bajo la lona oscura, todo era idéntico al día anterior, pero los malabaristas no aparecieron. Me quedé sentado hasta que el vigilante del circo me dijo que la función ya no estaba. Le pregunté al hombre Qué ha pasado con los malabaristas, se encogió de hombros, Qué malabaristas, Los de ayer, Ah se fueron, Se fueron adónde, No sé sólo soy el vigilante. Y regresé a mi casa pensando con insistencia Tengo que dar con ellos, iré adonde sea, los buscaré, necesito saber qué otras cosas me dicen sus antorchas, si éstas han cambiado su movimiento y por lo tanto sus significados, cuándo moriré, si la muerte ya sueña conmigo será que moriré pronto, tengo que encontrarlos como sea, preguntaré si los han visto, alguien tiene que saber, alguien tiene que decirme... Como si se tratase de la noche anterior, regresé a mi casa con pesadumbre e idéntico camino, pero ahora más preocupado por no soñar con nada, sabiendo que la muerte soñaba conmigo y no podía saber ahora si había cambiado de parecer. Las gentes se cruzaban conmigo como quien se tropieza con un loco y me abrían paso por la calle. Y fue cuando la vi. Una doble sombra aparecía en la pared junto con mi sombra y, en vez de asustarme, me alivió la idea de verle la cara a un monstruo tan grande que nos encuentra en todas partes. Tan versátil la pensé, que en mi movimiento se movía, en mi respirar respiraba, no sé si también hablaría como yo hablo. Y en total quietud, esperando quedarme allí mismo sin más salida que rendirse, junto a mí vi pasar a la gente que había soñado con otros, reían, hablaban distendidos, y sin embargo también llevaban sus sombras al lado, tan iguales, tan cercanas, peligrosas. Me quedé como quien mira la moneda del hipnotizador más erudito, hasta que una mujer me dijo Oiga usted es el escritor, el que escribe poemas raros, me gustó mucho su libro de los malabaristas, hasta soñé que era una trapecista y que usted venía a verme actuar, Gracias es usted muy amable, A ver si un día me firma el libro, Por supuesto, señora. Y entonces comprendí los comienzos de un caos ordenado. Y que una mujer soñó conmigo en un disparate de sueño. Pero que dormir y no soñar con nada no significa gran cosa, sino que despierto se sueña mucho, cuando se escribe.
Cuando la vida se mira de frente, se escucha y sueña con flor amarilla. Cuando el color es un recuerdo y el verso una esperanza, ¿dónde queda el Poema? ¿Dónde la imagen que nos trae la Palabra? Porque todos los sueños tienen su lugar, existe el Arte.
sábado, 26 de marzo de 2011
sábado, 19 de marzo de 2011
Si es que el mar tiene furia, fotografía de Rafael Cruz y microrrelato de Marta Antonia Sampedro
Me gustaría que el abrazo que jamás me diste con amor de adulto, se desparramase en estas hojas que te dejo. Si de algo sirve morir, digamos que de igual modo sirva vivir, esta vez estamos en paz, porque tú querías que muriese, es decir que no viviese, y yo quiero morir, por lo tanto no vivir.
En las últimas noticias han dicho que los que sobrevivamos a este océano de gritos, moriremos. No que moriremos como muere todo, como la vida se va yendo, sino que moriremos por la radiactividad. Nunca pensé que moriría porque unos reactores nucleares superasen el miedo a la furia del mar, si es que el mar tiene furia. Porque no había nada que más me espantase desde niño, que el mar. Comprendo mi gran error. Esta mañana, un anciano perdido que buscaba sus lentes entre los escombros mojados, con sus ojos blandos y también perdidos, decía Todo es causa de la venganza de los tiburones. No hay ser no racional que pueda comprender qué significa venganza. Sin hacerle un aparente caso a sus palabras, le dije al anciano Para qué quiere sus lentes, señor. Todo es ya un amasijo de maderas y chatarras, y sin apreciar que en mis ojos caían lágrimas de palabras calladas como de la muerte cae la luz, continuó perdido con sus ojos perdidos mientras mis ojos se ahogaban en mis pensamientos de llamada hacia una muerte inmediata. A lo lejos vi mis árboles caer, vi mi casa caer, vi mis sueños caer. No era la primera vez que sin el mar todo en mi vida caía. Y a lo lejos vi las aletas de los tiburones revestidas de hormigón partido y humo. Ya era la última vez que mi vida caía, porque de pronto un enorme cansancio antiguo y nuevo rebosó mi cuerpo y finalmente sentí mis fuerzas caer. Según el protocolo, dentro de día y medio seré enterrado y tú aún no sabrás qué significa no ver nunca más a alguien que te quiera, a alguien que te piense siempre, a alguien en cuyo corazón siempre vives aunque murieses y aunque jamás hubieses nacido te quiere, porque su razón de vida ha sido amarte. Eso lo verás con el tiempo, cuando en el viento y en el llanto veas las cosas que sólo se ven con el tiempo. He tenido la suerte de ver a los tiburones golpeando cuanto soy o fui, mucho antes de que apareciesen. Su legado último no me interesa. Me niego a ver cómo la codicia tuya y las otras codicias consumen mi vida al mismo ritmo que colgarme en el universo en la desnudez de mí mismo. Me niego a la vida que destruye mis sueños como olas que no cesan en los vasos, y en sueños no incluyo cosas que se fueron con el mar, a esas que tanto te interesan para parecer un hombre con ventajas. En la misma tierra de la venganza de los tiburones, la muerte segunda nos espera a muchos de nosotros, pero ya sin sueños. Los míos eran tan pequeños que todos se fueron con los escombros donde un anciano busca sus lentes. Y mayor fuerza terrible que la radiactividad, es tu olvido a que existo y que tuve sueños. Tu olvido es una aleta de tiburón que me lanza a la muerte mucho antes que el mar. Una aleta que se fue formando y que fue creciendo y que me derribó. Lo bueno de morir, es que ya no hay que recordar. Alguna vez, quizá cuando tengas tantos sueños perdidos que me recuerdes vivo, sabrás que hay una persistencia terrible dentro de algunos de nosotros. La mía fue errar continuamente, y acostumbrarme a perder. Porque también así se fue formando la aleta del tiburón y uno se venga de sí mismo, amando más la muerte que amando a los demás y cuanto de razón muestren más tardíamente que a tiempo. Dentro de un día y medio verás mi cuerpo muerto, antes que la radiactividad haga de mí un ser sin el sueño de morir. Es el único sueño que me pertenece. Y el sueño donde ni tú estás.
sábado, 12 de marzo de 2011
El mar nos lleva al tiempo, fotografía de Rafael Cruz y poema de Marta Antonia Sampedro
Al pueblo de Japón.
El mar nos lleva al tiempo,
la vida aprieta el pecho,
tierra de agua, fuerza de vientos,
pueblo y recuerdo,
muerte y desolación.
El mar nos lleva a nosotros,
el agua donde habitamos se alimenta
donde duermen los sueños,
pueblo tranquilo,
amor y dolor se unen,
qué lamento escucha el pueblo.
El mar nos lleva al tiempo,
sus ecos son más grandes
que una sola voz.
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